jueves, 24 de febrero de 2011

REAPARECIENDO...

Reapareciendo por estos lares tras meses de ausencia, e impulsado por haberme apuntado a un taller de literatura, saludo a mis lectores y les invito a nuevas entradas, a un despertar... Comienzo con el relato de una calle, con los recuerdos de la infancia. Gracias por haber respetado esta no presencia, lo cual agradezco con mis textos ínfimos, propios de otro abismo.

REVELACIÓN CASUAL EN MI CALLE


Todos los días pasaba algo en aquella calle. Ésta era en sí una cuesta arriba y una cuesta abajo, que conectaba el Prado Longo con Marcelo Usera, principal arteria de un barrio donde los niños jugábamos todos los días sobre la acera o sobre el mismo asfalto, escasamente invadido por los ausentes coches. Pintábamos la rayuela sobre el mismo pavimento por el que nos extendíamos alegres y nos apretábamos una goma a los tobillos, para descubrir el sinfín de pecas que mostraban con pudor las piernas de la vecina, con quien luego, en el portal de su amiga, en el número 30, trasteábamos con su atuendo con intenciones de operarla en un quirófano. Luego todo se acababa y en el portal de Jaime organizábamos una boda de niños y niñas que era fruto de todo lo que, ya por entonces, nos deseábamos. Y así pasaba que siempre pasaba algo. Luego, pedíamos unas monedas a nuestras madres que nos las echaban por el balcón y tomábamos precauciones para que no se colaran por la alcantarilla, pues sólo las mastodónticas ratas que por las noches cruzaban la calle debían adentrarse por la puerta del subsuelo, una puerta tras de la cual nunca supimos qué había realmente, a pesar de los esfuerzos que hacíamos por clavar la pupila en alguno de sus agujeros opacos. Y con las perras, marchábamos a la tienda de chuches de la Mila, al final de la calle, donde mi hermano, una vez, intentó comprar mil petardos de peseta y el marido de la Mila lo devolvió a mi padre para que se explicara. Del niño nunca salió lo que verdaderamente ocurrió; quién sabe si, de tanto esconderlo, se le llegó a olvidar del todo y nunca se acordó realmente de dónde sacó aquel billete que, en sus manos, parecía una sábana verde. Y una tarde soleada, mientras devorábamos nubes, palulús y petazetas en el portal del número 27, ocurrió lo que nunca ocurría en el barrio.

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Lo recuerdo perfectamente: gritos ateridos desde la otra acera de la calle, cada vez más agudos, espanto, señales de socorro que afloraban a nuestros sentidos como girasoles llamados al alba, corremos hacia el número 40, esquivamos un coche que apenas nos ve, y encontramos entre los coches aparcados a un hombre de barba espesa tumbado en el suelo, junto a dos mujeres, tan parecidas en su nivel de histeria como diferentes en sus edades. Nosotros, como pasmarotes atónitos, que miran sin saber qué hacer, y mi madre asomándose por el balcón, yo sin hacerla caso. Lo comprendí todo. Le había llegado. La misma muerte, que nos hace a todos iguales. El oscuro instante del reloj que le había paralizado y que le hacía soltar una espuma espesa por la boca, como el último trago de la vida que le faltó por dar y que quedó como un esputo de soledad en los labios, ahora desparramándose por el cuello de la camisa hacia el suelo. La guadaña, atizando esquivamente en la vida de uno que pasaba distraído, de la forma menos imaginada, en una calle cualquiera de Usera, ante la mirada distante de unos niños que no le habían visto nunca antes, tumbándolo de súbito en la acera. Nos podía llegar a todos. A los niños también. No hubiéramos sido los primeros a quienes les pasase; a cualquier edad podía llegar. Ese hombre no era mayor, quizás como mi padre. La calle se convirtió en un infierno alterado por el reverberar de la ambulancia, que dejaba las farolas de mi calle de un color ámbar intermitente que recordaba a las películas. Por otra parte, había un silencio en los gestos de la gente, impotentes y conscientes de que ninguno escaparía de ese acontecimiento. En esa calle, sobre la acera opuesta a donde comíamos golosinas, nunca había pasado nada tan importante y, aunque desconocedor de lo que era un ataque epiléptico, en un día tan señalado, y equivocadamente, descubrí lo que era la muerte.

jueves, 19 de agosto de 2010

CAMBIO DE AIRES, AIRES QUE CAMBIAN

Aquella mañana, el fuerte calor dio la bienvenida a quienes madrugaron. En la calle, los padres de familia encajaban como podían sus equipajes en los incómodos maleteros de sus coches. Los hijos, acelerados, correteaban en una explosión de júbilo, y obedecían cuando el padre, sudoroso, asomaba la cabeza y decía que "ya está", después de un poderoso grito de la madre. Transeúntes con su maleta a cuestas iban en una y otra dirección; me preguntaba si iban o venían, conforme pasaba junto a ellos. El mendigo que está siempre a la entrada de la iglesia, reclamando unas monedas ante la indiferencia de los que llegan a la ciudad con aires vacacionales. Me cuesta entender por qué nos visitan tantos turistas, atraídos por tanto urbanismo. Huele a verano.



Camino en dirección a mi casa. Mañana no tengo que volver al call center. Llevaba tiempo deseando no tener que hacerlo y, al fin, comenzaban mis vacaciones, las primeras de mi vida que no había programado en absoluto. Sobre mis amigos; unos disponen de mucho tiempo y poco dinero y otros no disponen ni de una cosa ni de otra. Sobre la pareja, hace ya un año de lo de Carla y no he vuelto a conocer a nadie realmente interesante. La soledad, a veces se hace tan dura como necesaria. Aunque lo que ahora me preocupa es dónde enfocar mi escapada, la que tanto anhelo. Quizás, a la montaña. No lo sé. Mi gata continúa mala. Se llama Reina. Tengo que suministrarla dos pastillas diarias, una por la mañana y otra por la noche, cuando le aplico, además, un jeringuillazo de antibiótico. Tiene un cáncer horrible. Sé que morirá pronto, pero la quiero como el botánico a la última planta del planeta. Quiero verde, montaña y aire fresco. Lo tengo claro; me voy a Pirineos.


Transporto a Reina en una cajita como el que transporta a una planta, silenciosa. Sentado en el autobús, abro la cremallera de la funda y dejo que me invada la candidez de su mirada. Escribo unas notas durante el trayecto. Deseo tener estos momentos de soledad que me lleven a continuar con mi novela, abandonada. No tengo claro cómo resolver la situación del protagonista. Por eso, me quedo dormido. Hemos llegado a Huesca durmiendo. Estamos frescos para coger el siguiente autobús.


Cuando llegamos a Sallent de Gállego, huele a verde. Acampo mi tienda del Decathlon en dos segundos, como ellos mismos lo anuncian. Lo hago calculando la sombra de un gran árbol que se yergue en solitario junto a un lago enorme. Me fumo un cigarro comprobando que todo está bien y me llevo, después, a Reina a dar un paseo. Nos introducimos por una vereda entre abetos y alucino con los olores del campo; huele a una humedad dulce. Las chicharras entran en éxtasis alentadas por la catarsis grupal, y el sonido y las imágenes que me invaden me atrapan y me hacen minúsculo. Me siento tan lejos de la urbe, que me veo totalmente en otra dimensión. El cielo empieza a oscurecer y las estrellas a dejarse ver en el firmamento. Alcanzo un intervalo de meditación.

Después de un rato andando, con Reina adormilada en mis brazos, observo una especie de neblina a unos treinta metros por delante. Es una neblina baja, como de un metro de altura. Por encima, no hay nada. ¡Qué raro!, pienso. Me acerco a ella, a la vez que parece acercarse a mí. Cuando voy a traspasarla… ¡horror!, me cuesta describirlo. Una cortina de agua se abalanza sobre nosotros como si nos tiraran arena con ímpetu, o como si estuvieran vaciando el Atlántico por una compuerta que tuviéramos encima. Reina está asustadísima. En su vida ha visto nada igual, aunque yo tampoco. El agua me ha calado toda la ropa en unos segundos. No iba preparado para nada semejante. El agua no cae en gotas, sino jarreada. Es exagerada la cantidad del líquido elemento y nos queda un trecho de retorno a la tienda. No queda otra. Correr y correr, casi nadar.


Por fin, llegamos a nuestro refugio, continúa lloviendo con la misma fuerza. Toda mi ropa está calada por entero. Me quedo desnudo con la gata en la tienda mientras me dispongo a enchufarle la inyección. He traído un bocadillo de tortilla desde Huesca que me apaña la cena. Llueve tanto que es imposible salir fuera. Al menos, nos sentimos resguardados.

Un relámpago nos despierta súbitamente. Reina me mira con los ojos muy abiertos y asustados. Otro relámpago, esta vez más fuerte. El agua golpea la tienda con vehemencia. El tercer relámpago lo siento en el mismo suelo, traspasa con sus ondas el vasto valle y llega a mis sentidos, de manera que los congela del miedo. Me acuerdo del árbol, del lago, junto a los que estamos acampados. Siento mucho pánico. Reina empieza a sollozar. La noto temblorosa. La lluvia no para y la tienda está completamente iluminada por el color blanco. La situación continúa durante horas. Es de noche y no podemos volver a conciliar el sueño.

A las once de la mañana, por fin, la lluvia cesa. Es sólo cuestión de unos minutos. El agua ha penetrado por entre el tejido de la tienda. Mi ropa ha sufrido las consecuencias y no hay nada que se haya salvado. Selecciono las prendas que mejor están y me visto. El cielo está muy encapotado, no parece que vaya a cambiar.


Después de darle la medicina a Reina, nos dirigimos al pueblo a desayunar. El río parece un bólido en competición, no se desborda por unos escasos centímetros. La fuerza del agua es arrasadora, puede con todo. Encuentro una terraza resguardada bajo un toldo y pido un café y una tostada. Cojo un periódico que hay por allí y, cuando lo abro, una chica extranjera, parece alemana, se acerca a Reina.

- ¡Uy!, hola bonita, ven, ven. Oye, ¿qué le pasa a esta gata?
- Tiene cáncer
-¡Pobre! Y está resfriada. Podíamos darle unas hierbas. Le van a sentar muy bien. Soy veterinaria, ¿sabes? Oye, ¿dónde estás alojado?
- En una tienda, junto al lago.
- Mira, pásate luego por aquel puente, en una hora, llevaré una infusión para el gato. Son unas hierbas que le relajarán y le ayudarán con los dolores.
- Vale. Muchas gracias. Allí estaré. Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo, Ernesto.
- Angie... Encantada. ¡Hasta luego!



Al rato, estaba en el puente esperando a Angie. Abrumado por el poderío del agua y abrigado por un chubasquero enorme, mis pensamientos se diluían por la corriente incesante hacia un destino que, como el mar, aunase toda la energía que depositaba en el empeño de hacer por que sucediese algo en mi vida. Así concluía en que mi destino estaba en el mar que me había bautizado y no en las cloacas urbanísticas de una villa reseca que me adoptó tardíamente. Y me veía feliz disfrutando cómo el agua del río se esparcía y hacía un uso elegante de su estancia efímera, saboreando su salor salado. Distraído, Angie apareció.


Traía un biberón grande relleno de un líquido de color pardo.

- Vamos a dárselo. Ya verás que bien le sienta.


A Reina le gustaba la infusión. Se notaba por cómo se aferraba a la tetina.

- Parece que va a dejar de llover -dijo ella con una mirada sabia, dirigida al cielo .
- Ya era hora. A ver si podemos ir luego a Ordesa. Espero que no se nos haga tarde.
- Se tarda media hora en coche. ¿Cómo tienes pensado ir? Podemos ir en el mío, si quieres.

En el coche, me di cuenta de que Angie era muy interesante. Su madre biológica era prostituta y su padre, marinero, murió de sida. Fue adoptada por una pareja muy enamorada y muy humildes, de quienes se sintió siempre su hija. Nunca se enamoró, a pesar de todo el amor que vio siempre en ellos. Hablamos de la infancia feliz que recordaba, salpicada por la tragedia que siempre hubo en su vida. Su padre adoptivo se quedó ciego cuando ella tenía siete años.



En Ordesa nos besamos. Y, por la noche, de nuevo en Sallent, me enamoré. Fueron tres días intensos. Ahora me vuelvo a la urbe, con ella. Viene a pasar unos días, quizás más tiempo. Reina se encuentra mejor. Sé que morirá pronto. Pero también sé que algo ha renacido en mi vida. Unos ojos que se mueren y otros que me traen la vida. Hemos hablado de emprender una aventura juntos, en Asturias. Y ya sé qué solución le voy a dar al protagonista de mi libro. Ahora, que mi gato no puede renunciar a su tristeza, aunque me mira ilusionado porque comprende mi estado, he decidido que el protagonista de mi novela se enamore, y que se vaya a vivir al mar. Será un final feliz. Mi vida y mi novela se entrecruzan como dos almas con los mismos propósitos. Angie mira por la ventanilla como si no fuera con ella.


martes, 11 de mayo de 2010

NINFOSIS, DE INKO MARTÍN MANCISIDOR


Mi compañero de radio Inko, de Donosti, y del que ya hablé en su día, cuando hablé de los talleres de radio, ganó la última edición del concurso de piezas de radio-teatro de Radio 3, patrocinado por la Fundación Caja Madrid. Se presentaron 80 relatos y el suyo fue el vencedor. Aviso: es estremecedor. Podéis escucharlo en el siguiente enlace. Se trata del podcast del programa "La Libélula", de Radio 3, emitido el pasado domingo. Cerrar los ojos y alucinar. Os va a picar hasta la lengua.

Ninfosis, de Inko Martín Mancisidor.

viernes, 16 de abril de 2010

EXTRAÑOS EN EL PLANETA


En el lugar más recóndito del planeta. Allá donde la mano del hombre nunca había llegado. Y en la única curva de un rectilíneo y larguísimo camino, donde nacía una secoya, allá donde los casi inexistentes mapas indicaban un punto desconocido… los dos individuos más solitarios de la faz de la Tierra se encontraron. Se miraron e intentaron comprenderse, se tocaron intentando reconocerse. Pero no hablaban la misma lengua y se sentían extraños. Y no dejaban de observarse. No eran si no dos desconocidos unidos por los mismos conocimientos, los que versaban sobre la decadencia de todo.
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En sus manos reconoció el abandono y la soledad, leyó en ellas que él también había llorado, se acordó de cuando él mismo lo hizo al sufrir el accidente su hijo, entendió que él también había estado atemorizado largas noches en vela, esperando que sucediese lo imposible, esperando que volvieran, olvidándosele el valor de la palabra adiós. Fue un momento de desastre que él también vivió. Él también habría estado escondido en un refugio nuclear, probablemente la misma burbuja que se escondía bajo el mar, probablemente fuera un viejo que ofrecía paz desde un barco pesquero, como lo hacía él en alta mar, a los peces, los únicos que le escuchaban. Las mismas desgracias les habrían hecho coincidir en el tiempo. Se dio cuenta de que ya no era el único superviviente del planeta.
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Y le agarró las dos manos. Ahora reconoció el latir de su corazón y se dio cuenta de que no estaba solo y de que en realidad no era él, sino él mismo, frente a un espejo. ¿O no? Se quedó pensando. Por un momento, se sintió confundido. La historia pudo ser de otra manera.
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Pero entonces sintió que era una mujer y que era guapísima. La destapó el velo y, efectivamente, se mostró una mujer que consumaba la belleza suprema. Es aquí donde empezó nuestra historia, la que nunca nos han contado. Este es el verdadero inicio de la que llaman ya la era postnuclear. El próximo día veremos el desarrollo de esta curiosa civilización.

martes, 6 de abril de 2010

RADIOPIEZAS: EL RETORNO AL ETERNO ENTORNO

CONTROL: FX sonido de mar y pájaros, vacacional (PP a fondo)

LOCUTOR: Ramón disfrutaba de unas soleadas vacaciones en una isla remota. Había decidido irse allí solo, con la intención de aislarse del ruido atormentado y distorsionado de la ciudad. El lugar estaba lleno de turistas de diferentes países del mundo, ávidos todos de nuevas experiencias.

CONTROL: FX sonido de bar, gentío

LOCUTOR: En el extremo norte de la única playa, había una cantina, un oscuro lugar en el que la alegría lo invadía todo. Ramón se sentía cómodo entre tanto desconocido, deseoso de vivenciar el verano como la última gota de agua. Charlaban, chapurreando en uno u otro idioma, sobre las insensateces y los elogios de la vida misma.

TURISTA DESCONOCIDO: Pienso que el día en que me muera, querré hacerlo en un sitio como éste, charlando con alguien como tú, cabal y amante de la vida al mismo tiempo.

RAMÓN: Quiero que el tiempo se detenga y que lo que viva para siempre sea siempre este momento, eternamente, porque tú, desconocido para mí, eres como un oasis para el desierto de mi alma.

TURISTA DESCONOCIDO: ¡Otra cerveza, por favor! Aunque primero, te voy a confesar un secreto. Antes de llegar aquí, trabajaba en una mina, en Offenburg. Catorce horas bajo tierra vigilando el sistema de seguridad. No hablaba con nadie, no veía a nadie. 30 años de mi vida así, de esta manera. Aunque por fin, renuncié a esa esclavitud y me vine a esta isla, a comer cocos y pescado, y también, de vez en cuando, a ser invitado a una cerveza por alguien como tú. Para ello… tuve que matar a alguien.

RAMÓN: Mmm (manifiesta asombro)

CONTROL: FX reber de flash back
FX Sonido de maquinaria (PP a fondo)

TURISTA DESCONOCIDO: Me quedaban diez años para jubilarme. No tenía más opciones. Ya no aguantaba más de aquella manera. Un compañero me ofreció un plan. Matar a nuestro jefe. La mujer de mi compañero trabajaba en una compañía de seguros y averiguó que nuestro jefe no tenía asignados los beneficiarios en su seguro. Fue un montaje que llevamos a cabo entre los tres. Yo ejecuté el plan, con un fármaco que no se detectaba en ningún análisis forense. Y aquí hemos acabado, ella y yo, perdidos en esta isla. Esta noche la conocerás.

CONTROL: CD música playera, discotequera
FX sonido ambiente, gentío (PP a fondo)

TURISTA DESCONOCIDO: ¡Mira! Aquella mujerona es Isabella, te va a encantar. ¡Ven!

CONTROL: FX sonido ambiente, gentío (ráfaga)

ISABELLA: ¡Hola! Mi nombre es Isabella.
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RAMÓN: ¡Hola! Yo soy Ramón.
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ISABELLA: ¿Estás a gusto aquí? ¡Estoy muy desencantada! Este sitio está lleno de impresentables. Deberíamos hacer algo y marchar a otro lugar. Os propongo un plan.
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RAMÓN: ¿A quién hay que matar?
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ISABELLA: ¿Cómo?
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TURISTA DESCONOCIDO: No, verás. Es que Ramón es militar. Bueno, lo era. Y entiende los planes como acciones militares, ya le enseño yo que somos pacíficos.
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ISABELLA: Pues déjate de rollos. Hay que matar a alguien, por supuesto. Al dueño de esta miserable cantina. No me digáis que no me vais a ayudar.

CONTROL: FX sonido de mar y pájaros, vacacional (PP a fondo)

LOCUTOR: A la mañana siguiente no había nadie en la isla. Ramón despertó y no encontró a nadie por los alrededores. La playa era un paraíso carente de humanidad. Apenas los pájaros y las palmeras aportaban un tono alegre al paisaje. La cantina era un recinto desolado invadido por la resaca y el silencio. Ramón quería saber qué había pasado la noche anterior. Y encontró una pista. En la playa, junto a la orilla, maniatado, el cadáver del dueño de la cantina, junto a una nota: “Retorno a por mi eterno entorno”

CONTROL: FX sonido de mar y pájaros, vacacional (ráfaga a fondo)

LOCUTOR: Se sintió solo, muy solo, en el interior de una burbuja apartada del estrés urbano, aunque invadida por la agonía de sentirse atrapado y sin salida. No encontraba respuesta. El tiempo se la tenía que dar. Decidió sentarse junto al cadáver. E intentó descifrar la nota. Fue el momento en que las fuerzas de seguridad navales arribaron en la playa.

CONTROL: FX Sonido de pitido de barco.
FX Sonido de esposas poniéndose.

LOCUTOR: Ramón fue detenido como máximo sospechoso.

CONTROL: FX martillazo del juez.

LOCUTOR: Y fue condenado a la peña de diez años y un día por el homicidio en grado de tentativa del cantinero de la isla.
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CONTROL: FX Portazo de celda que se cierra.
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LOCUTOR: En la celda, tenía una visita, alguien a quien no esperaba.
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TURISTA DESCONOCIDO: ¿Tú por aquí?
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RAMÓN. ¿Qué haces aquí?, ¿qué te pasó?
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TURISTA DESCONOCIDO: Isabella nos engañó. Durante toda nuestra odisea me demostró su amor. Me prometió lo que ninguna mujer había intentado nunca conmigo. Me amó como una diosa y me acompañó como un perro. Pero ocurrió que la noche en que te la presenté, se le cruzaron los cables y se tiró al dueño de la cantina. Después de estar follando en el baño, el cantinero salió ilusionado y empezó a hacer comentarios machistas sobre ella. Eso la encendió. Así que nos propuso un plan, aunque, en realidad, el plan ya lo había montado ella. Echó el famoso fármaco en nuestros vasos, en el mío y en el tuyo, y consiguió que cayéramos redondos. También en el del cantinero, aunque diez veces la dosis. Directamente, lo mandó al otro barrio. Al resto de los turistas les ofreció cerveza y los llevó a otra isla. No tengo ni remota idea de dónde puede parar.
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RAMÓN: Encontré el cadáver del cantinero. Había una nota junto a él. Decía que retornaba hacia su eterno entorno.
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TURISTA DESCONOCIDO: ¿Su hogar?, ¿su marido? Ya lo entiendo todo. No le mató. Fue todo una farsa. Siempre hablaba de ese retorno. Nos engañó como a los peleles. Nunca debí creerla.
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RAMÓN: Pero, ¿nos creerá la policía?
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TURISTA DESCONOCIDO: Olvídate. Era muy lista. Con toda seguridad, dejó todo atado. No creo que haya una sola prueba a nuestro favor.
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CONTROL: CD música cómica.

jueves, 18 de marzo de 2010

ADIÓS A ESTA TELE



Son las cuatro de la tarde en España. Es el turno, en los televisores de medio país, de la que llaman la "Lady Di española", una desvergonzada mujer que hace gala de las desventuras con su ex marido Fran (no sé qué). Los telespectadores no levantan sus miradas de la pantalla y, más bien, se encuentran embobados (abducidos) por el carácter de heroína lastimada y lastimera, de mujer con los pies en el suelo, de esta diva mediática. Todos están de acuerdo en todo lo que dice, se sienten cercanos a ella, la adoran, y hasta la querrían como futura alcaldesa; piensan que todas las mujeres deberían ser como ella, quien continúa haciendo caja de todas las sandeces que tan bien sabe que dice y que deshonran a su pasado y hasta el futuro de su hija, pero que, a pesar de todo, denotan que sabe lo que hace y le permiten llevar una vida que nunca antes habría llevado. Su carácter atrevido, informal (por no decir chabacano) y hasta grotesco la hacen el centro de las miradas de muchas mujeres de España que se fijan en ella como si fuera una mujer que dice lo que piensa, que hace lo que tiene que hacer, una mujer valiente, carismática y con tirón, una mujer "con un par". Ella sabe que un polvo con un torero que triunfará te puede cambiar la vida, y exprime la idea. Sabe que la gente de este país vive del cotilleo. Sabe que sin sus comentarios, sus vidas serían desdichadas. Una mujer que, con el euro como bandera, prostituye su prestigio de cara a la galería, y a la que le da igual lo demás. Ésta es Belén Esteban. Y los telespectadores, la cara amarga de este país. Antes de apagar el televisor, compruebo en la programación que después habrá fútbol, un reality show y una americanada de película.
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La verdad es que no me gusta la televisión de este país. Tampoco conozco bien la de otros lugares, pero recuerdo momentos mágicos en nuestra programación que no se me olvidarán nunca, momentos que, al día siguiente, comentábamos todos, bien porque no había mucha oferta televisiva y todos veíamos lo mismo, bien porque no había tantas alternativas al ocio (léase Internet, por ejemplo). El caso es que, en su día, hubo programas míticos y, considero que había un gusto por hacer las cosas con estilo que ahora se ha esfumado. Hoy en día, la decadencia también ha invadido nuestras pantallas y creo que Belén Esteban es el mayor ejemplo de una mujer grotesca que bien pudiera dirigir los designios de mi ciudadanía debido a esta catarsis a la que hemos llegado. La televisión pública ha perdido el criterio que otras veces siguió y no se diferencia en nada del tono mercantilista con el que se mueven las privadas. Los comentarios televisivos sobre la jornada anterior se reducen a un “¿Viste al Madrid?”, o “¿sabes que fulanito se ha follado a menganita?” Tal cual.
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Así que, mejor, no encenderla. Me encuentro perdido cuando mis compañeros de trabajo hablan de los sucesos televisivos del día anterior, pero también encuentro un sitio fuera de esta marea de sinsentido que se esfuerza, día a día, en embrutecernos. He encontrado un refugio en internet, en el que tú eliges el ocio, fuera de toda imposición televisiva. Me amparo en un lugar que me aísla de toda esta insensatez. Adiós a esta televisión.

domingo, 14 de marzo de 2010

LO ÍNFIMO Y LO ABISMAL DE UN SIMPLE DIENTE

Hace un par de meses se me cayó un diente, o lo que es lo mismo, y haciendo honor al nombre de este humilde blog, una ínfima pieza de importancia abismal.

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En realidad, no era ni eso y sí una corona que ocupaba una posición gafada en mi mapa mandibular, fruto de sufrir percances mayores, y olvidados, en el pasado y que, hoy en día, siente un vacío absoluto y queda a la espera de que se cumpla la condena de tres meses y un día, al final de la cual el terreno herido de la encía solidificará y quedará preparado para la ulterior perforación de los cimientos de un implante que pondrá las cosas en su sitio. Implante, creo que esta es la palabra por la que los odontólogos, sin duda, hinchan sus cuentas bancarias. ¿Cómo puede costar tanto una ínfima cosa?, ¿cómo se ha de pagar más de un mes de mi sueldo como madrugador a diario por una diminuta pieza que ni siquiera es de marfil? Por algo que, además, nos fue dado por la Madre Naturaleza de forma gratuita y altruista.

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Ahora no pienso más que en ocupar el espacio vacío que dejó esta insignificante cosa dentro de la grandiosidad universal, para lo que he de soltar una pasta gansa justificativa de lo importante que es para nosotros una sonrisa sin complejos. Menos mal que no es una de las piezas delanteras, aunque bien hubiera podido ser una recóndita muela y, sin embargo, se trata de un premolar que antes lucía su figura salvaguardado por su compañero vampiresco y ahora le ha dejado expuesto a la extrañeza de las demás miradas que se sienten heridas por el golpe atestado a los cánones de belleza, quién sabe por quién inventados, aunque, sin duda alguna, existentes.

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Dejaré de lado otras prioridades, como el armario de mi casa reformada, que no llegó y que hoy en día, y de manera paralela y anexa al suelo, consiste en dos maletas de distintos tamaños. Porque pensé que podría seguir agachándome a diario si, cada mañana, volvía a sonreír con naturalidad. E insistí en el propósito de no concurrir, por dejadez, en un abandono de mí mismo, para querer tomar otra dirección de la que tomaron aquellos que no pudieron remendar el accidente en el momento concreto, cuando el impacto todavía sonaba en eco, y después, como en un recuerdo, el estrépito dio lugar a una melodía amarga que se posó en ellos como un parásito que ahora les dejaba un gesto decadente y, al mismo tiempo, natural.

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No. No quería llegar a verme así. Preferí endeudarme. Y, por eso, he centrado mis vistas a las consultas que tendré en menos de un mes (ya). Y digo consultas porque, alternativamente, he cogido una cita con un departamento de odontología de no sé qué Universidad, que, dicen, sin dejar de lado la profesionalidad, abarata mucho los precios. Todavía tengo el recuerdo de cuando, con diecinueve inocentes años, le hicimos caso a un bebedor voraz de nuestro barrio que proyectó todas sus fantasías en montar un negocio distinto en La Manga del Mar Menor: un bar de copas enorme con tiro al arco profesional. El proyecto duró lo que unos días de copeo y resaca incluida, y la pasta que íbamos a ver era ahora un suspiro, cuando fui a dar un trago a mi cerveza y el vaso chascó contra mi paleto más incisivo. Frente al espejo, me dio todo un mareo. Así volví a Madrid; de resaca, antes de tiempo, sin dinero y con esa horrible sonrisa. Ambas veces, encontré la ayuda de mis padres. Es una suerte que mi madre me pueda ayudar ahora, aunque más suerte sería que me subieran el sueldo, o que, puestos a pedir, me tocara la primitiva. El caso es que volveré a disfrutar de mi sonrisa.

martes, 2 de marzo de 2010

DÍAS DE RADIO EN LA CASA ENCENDIDA


Me escogieron para hacer un taller de radio en la Casa Encendida. Fruto de no fijarme en las cosas, el curso era por la mañana, y mis ganas de hacerlo eran tales que decidí cogerme la semana que duraba como de vacaciones. Se trataba de un taller-laboratorio de radio experimental y, como pude comprobar, tal término despertó la curiosidad de la mayoría de los que nos presentábamos el primer día. Lo decíamos todos en el momento en que nos habían dividido por parejas para que entrevistásemos al otro y luego le presentáramos a los demás. Mi compañero, de Donosti, había estudiado escritura de guiones cinematográficos en la Escuela Tai, que tanta atracción había suscitado en mí, aunque, por un motivo económico, el magnetismo continuaba siendo platónico. Y la otra compañera había estudiado dirección de cine en una de las escuelas más exclusivas del país, íntima amiga de otra que había hecho algunos cortos. Otro también había dirigido cortos, otros dos eran locutores de radio y la otra estudiaba un master de lo mismo. La otra había hecho trabajos de doblaje para el cine. Y el otro trabajaba en Los Cuarenta Principales. La conexión con los demás fue tal que las mismas profesoras nos llegaron a decir que hacía tiempo que no encontraban un grupo tan divertido y a la vez tan creativo.

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Las profesoras de este taller son las profesionalísimas Ángeles Oliva y Toña Medina, el tándem que funciona como un reloj a base de la ingeniosidad con que se expresan, el magnetismo que transmiten y la fe en lo que cuentan. Nos mostraron un montón de piezas radiofónicas a fin de entender la teoría con la que abrían cada clase y nos pusieron muy en contacto con el mundo de la radio, teniendo siempre presente la finalidad de este medio, lo que se pretende transmitir, así como los juegos de los silencios, del poder de la voz, o la elección de los efectos sonoros y de la música adecuada. La teoría tenía todo su sentido cuando escuchábamos "obras de arte" de Carlos Hurtado, o de otros que también pasaron por la Gran Escuela de Radio 3, como las mismísimas profesoras, y que ahora habían dejado un vacío en aquella radio que otrora fue magnífica y que ahora andaba renqueando.


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El primer día, individualmente, escribimos un texto sobre La Casa Encendida. Cada uno escogió una parte de su texto para ser locutado y, al final del día, lo grabamos con una música divertida que entraba en forma de ráfagas. Fue nuestra primera grabación. Y fueron muchos los recuerdos de los años en que conducíamos entre amigos un programa de radio, en la humilde Radio Cigüeña de Rivas.


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Nos grabaron junto con los dos falsos directos que realizaríamos después, esta vez en grupo. Nos dividimos en dos grupos de cinco. La primera vez, con una temática dada, de nuevo La Casa Encendida. Nos montamos una historia acerca de un fenómeno misterioso que había invadido nuestro país y que, a causa de él, estaba desapareciendo sorprendentemente el color en nuestras vidas (con un mensaje en el noticiero, de tono postfranquista, que decía "Españoles, el color ha muerto") concluyendo en que una casa con luz propia (La Casa Encendida) estaba atrayendo a la gente con la intención de que todo el mundo se "encendiera".


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El otro grupo se montó una historia de un individuo que se dirigía al psicoanalista a fin de informarle de que algo raro le estaba sucediendo después de que se quedara encerrado en el cuarto de baño de La Casa Encendida, lo cual era causa de un fenómeno extraño de exponenciación de los sentidos que se estaba extendiendo por la ciudad. En las dos piezas, hablábamos de fenómenos extraños y de La Casa como revulsivo.


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El segundo y último grupo de trabajo creó dos piezas, la de la fábrica de transistores y la del feto. La primera fue la nuestra, y la segunda me encantó. La nuestra trataba sobre una reunión de empresa en la que todos sus participantes, que habían ido transmitiéndonos sus pensamientos previos a la cita, dan paso a una jefa que decide lo que quiere, truncando los propósitos del resto, sin que nadie manifieste oposición y en el momento en que un radioyente llama al programa diciendo que compró un transistor en la empresa, precisamente para eso, para escucharles, y al grito de "Almas de cántaro" les abre los sentidos y les dice "¿Qué va a ser de vosotros?. Tenéis que cambiar". En esta pieza, hice de realizador y me di cuenta de lo respetuosa y responsable que es esta profesión (mi padre era realizador de tv).
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La del feto era una pieza que recogía las sensaciones en el útero poco antes del momento del parto, con una ambientación sensacional y cerrándose con una genial música de Kroke Band después de un llanto de bebé desgarrador. Me encantó la pieza que realizaron mis compañeros.


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La verdad es que fue una semana muy interesante para mí y, fruto de ella, ha nacido un proyecto de hacer piezas de radio entre varios de los del grupo, aparte de que, desde ahora y hasta mayo, una vez a la semana, estaré dando mi apoyo a las profesoras para un taller de radio con ancianos, niños y discapacitados. Será un orgullo volver a trabajar con Ángeles y Toña.

martes, 15 de diciembre de 2009

RESETEO INSPIRADOR Y ADIÓS A UNA DÉCADA

Desde hace unos días, parece como si no tuviera nada de qué escribir, como si la inspiración se hubiera esfumado a modo de corriente de aire. Puede que quizás, también, fueran tantas cosas las que quisiera abarcar que no supiera por dónde empezar. Quizás porque si me centrase únicamente en un solo tema, dejaría olvidados otros más importantes. O quizás porque mi etapa de cambios sea precisamente eso, de cambios. ¿Será una etapa de poca ilusión por la escritura?, ¿de estado inerte?, ¿o será una etapa de convulsiones en mi vida que me lleven a tener que vivirla por encima de querer plasmarla en un papel? Por otra parte, ésta ha sido una etapa de leer a nuevos autores, algunos muy jóvenes como Paolo Giordano (sensacional su soledad de los números primos), lo cual me ha llevado a dejarme fascinar por su alta sensibilidad, por encima del deseo de hacer transmitir mis inquietudes, a las que puedo ver, a veces, tan rancias como descatalogadas, necesitadas de ser invadidas por nuevos conceptos.


Es posible que ande buscando un camino como un astronauta que intenta colonizar la luna y no sabe por dónde empezar al situar la bandera. Mi casa, reformada de arriba a abajo, es un cráter desconocido en el que acoplar mis cosas con delicadeza, día a día, en un período de vacaciones largas que el viernes inicio. La ilusión que genera la novedad mantiene siempre vivo el espíritu; siempre he pensado eso. Entonces me han invadido unas ganas considerables de desprenderme de todos mis enseres, de resetearme y de empezar con todo de nuevo. Parecía que llegaba la hora, fatal y bienavenida al mismo tiempo, de dar por sentada una vida antes de bendecir otra nueva, distinta. En realidad, todo era una falsa ilusión. En nada nos parecemos a los ordenadores; nuestro Alt+Ctrl+Supr no es tan efectivo como quimérico. Así que continuamos por una misma senda, una que hemos borrado previamente con una goma e intentamos ahora que no se parezca a sí misma, para después colorearla utilizando un paquete de lápices recién estrenado.



Acabaron los días y las noches estresantes, los miedos infundados que nos perseguían hasta la adolescencia y las emociones artificiosas producidas por querer correr en la vida, por querer acelerar los acontecimientos que ya llegarían. La vida se hace más pausada, como si entrara en una carretera sinuosa después de una veloz autopista a sabiendas de que después vendrá el camino de tierra. Después de ver cómo los demás pasaban acelerados por el cristal de la ventanilla, ahora uno observa el paisaje y se hace un alto en el camino para encender un pitillo y sentir el frío en la mejilla.



Sin querer desprenderse nunca del elixir de la juventud del que ningún ser vivo cabal querría hacerlo, y sabiendo que el divino tesoro es sólo un concepto, desapegado en su totalidad del valor de la edad, no se trata de entrar en consideraciones sobre el metraje que cada uno ha vivido, ni siquiera porque mi cumpleaños esté a unos días, ni porque la primera década del nuevo siglo se esté esfumando, sino de entender que la vida pasa, que pasa la vida.



La ilusión es el barrote de hierro por el que nos abrazamos antes de dejarnos caer por el columpio de la vida. Sin ese barrote, dejaríamos de jugar y nos moriríamos aburridos fuera del perímetro del parque. La ilusión la dan los amigos, las personas, los viajes, los grandes momentos. Mucho de lo demás, poco o nada importa. Es por ello que la vida siempre se hace interesante, a cualquier edad. Incluso cuando uno ya está expirando, todavía la vida le importa. Se hace bonita en cada una de las fases por las que transcurre. Nunca me pareció nada más tierno que ver a un anciano contento y vital, disfrutando como cuando era un chaval. La ternura de su sonrisa y de sus ojos contentos agrietados por las venas siempre me llamó la atención.
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Por eso, ahora que nada tenía de qué escribir, y ahora que sigo reseteando mi disco duro, haciendo por que la inspiración no desaparezca y nos deje ser libres, cuento un poquito de mí y deseo a todos que las mejores cosas estén por venir en una década que se empezará a escribir en unos días. Por cierto, la década de los ochenta, la de los noventa. ¿Y cómo han venido a llamar a la que ya acaba?